Antes de comenzar este artículo de opinión sobre la educación, es importante decir que no hay una verdad absoluta sobre cómo se debería enseñar, pues todas las personas somos distintas: tenemos diferentes condiciones, habilidades, gustos y pasiones, y aunque estos aspectos no siempre determinan si una persona puede desarrollar conocimientos o no, influyen en la forma en la cual aprenderán.
De hecho, que existan varias formas de enseñar y aprender es lo que nos asegura la calidad educativa, esto hace que sea más probable encontrar la forma adecuada para que los infantes y los jóvenes realmente comprendan lo que se les está explicando. Por esta razón muchos estudios indican que el coeficiente intelectual de las últimas generaciones ha aumentado entre un 10 a 17%.
La educación emerge como la herramienta que no solo traslada el legado a la actuales y futuras generaciones, sino que también es el entorno por medio del cual se debe inculcar y despertar la curiosidad (por saber más), se deben forjar los medios para implementar (para utilizar lo ya aprendido) y posicionar como elemento preponderante la crítica constructiva (para no dar por válida toda aseveración recibida).
Es imprescindible que los docentes descubramos que nuestra tarea es ardua cuando se trata de orientar el aprendizaje de los alumnos permitiéndoles ser capaces de encarar la realidad que les rodea siendo críticos, creadores, constructores de sus aprendizajes logrando desarrollar habilidades tales como: la reflexión, análisis, síntesis crítica, innovación y creatividad.
Que no se pierda en cada uno de nosotros los maestros, niños, jóvenes y sociedad en general, el valor más grande que es el amor para educar a los infantes, la importancia que abarca todo bien y nos lleva a progresar pues nos permite descubrirnos, cuidarnos a nosotros mismos, cuidar y amar la naturaleza, ver a los demás como a nosotros mismos así tendremos más conciencia de lo que nuestro mundo necesita sujetos pensantes y críticos a la vez. La educación es considerada un derecho universal para niños, niñas y adolescentes, tal como se consagra en la Convención sobre los Derechos del Niño (Naciones Unidas, 1989), y dado que es el primer instrumento internacional jurídicamente vinculante, todos los estados parte se comprometen en erradicar la ignorancia y el analfabetismo.